La prehistoria no juega a esconderse, sutilmente nos desvela las claves del pasado mediante detalles que se exponen a la vista de aquellos que se atreven, sin miedos ni prejuicios, a enfrentarse a sus secretos; eso si, con el fundamento que supone una investigación experimentada, que va más allá de lo accidental y lo anecdótico.
En Canarias, como en el resto del mundo, hemos pecado de asumir, sin contrastación, interpretaciones del registro en el ámbito controvertido de la religión. En este tema ha habido poca rigurosidad en la investigación, pues en el fondo los materialistas rechazan hablar de espiritualidad. Lo más que se ha hecho es la descripción de los objetos (lo tangible) sin interesarse lo suficiente por su contexto sociocultural.
Los postulados clásicos nos han hecho creer que un pueblo de incultos pastores no iba más allá de su mundo relacionado con la ganadería, poseedores de una tecnología muy pobre y unas creencias sencillas. Pues nada más lejos de la realidad. La ciencia en aquellos momentos era algo inseparable de lo sagrado. Así que, el sentido de la vida, el modelo cultural, los hábitos, las normas sociales y la concepción del mundo, reflejo de la religión, se nos está desvelando de una manera asombrosa y compleja.
El humano tiene costumbres muy feas; una de ellas es atacar o ignorar lo que no entiende, sin analizar el fondo del problema. Nos da miedo de reconocer nuestra ignorancia y afrontar que, ante algo que podemos ver y tocar, no tengamos respuestas. Las rocas nos han enseñan cosas que nunca se aprenderán de los maestros de la ciencia.
Para empezar nos debemos situar en la misma base del pico más alto de la isla de La Palma (Roque de Los Muchachos, 2.424 m de altitud). El paisaje nos sobrecoge ante tanta omnipresencia de la montaña y al espectáculo lumínico del más espectacular de los cielos. Paisaje que cambia de día y de noche, entre las diferentes estaciones. Llegar hasta allí es llegar simbólicamente al cielo. Ese cielo, siempre misteriosos, que encierra los secretos más trascendentales de la humanidad. Los astros y estrellas fueron adorados como dioses de un nivel superior, como expresión de los principios divinos que, por cierto, han sobrevivido a las grandes civilizaciones y otros pueblos de la antigüedad.
Los calendarios se inventaron originariamente con criterios más allá de la pura medición temporal, de la cronometría; el calendario simbolizaba una concepción totalizadora e instrumental del Conocimiento, constituyendo parte esencial de la misma Creación Universal. Expresaban la ciencia de los ritmos y los ciclos, y como tales constituían el núcleo de todas las manifestaciones culturales y privadas, el eje de la vida de los pueblos y las personas, las que articulaban su existencia en su entorno.
Asimismo, el tiempo es medida –que siempre supone un espacio–, módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas, pero sobre todo es la ley, que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto, en cuanto se advierte que su presencia, manifestada por el movimiento, obedece a pautas y ritmos periódicos que ligan a los seres, los fenómenos y las cosas entre sí. Si el tiempo es sumamente sagrado para una sociedad tradicional, también lo es el calendario, miniatura e imagen del cosmos.
En antiguas entradas a este blog hemos descrito el santuario prehistórico más importante de La Palma, compuesto por 18 y ½ amontonamientos de piedras y más de 80 grabados rupestres sobre soportes fijos y piedras sueltas dentro del espacio cultual que hoy está vallado para su protección.
Nuestra intención en este artículo es destacar el enorme valor de lo que supone la construcción de un complejo marcador astronómico lunisolar o solilunar por un grupo de beréberes, en principio poco preparados para un conocimiento tan elevado, lo cual demuestra un enorme progreso cultural.
El tiempo se puede computar con tres tipos de calendarios: solar, lunar y solilunar.
1º. El calendario solar se basaba en el ciclo de un año que necesita la Tierra para dar una vuelta completa alrededor del Sol. De acuerdo con la ciencia moderna, un año está compuesto de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos.
2º. El lunar toma como base el período de Luna. Según la ciencia moderna, un mes dura 29 días, 12 horas, 14 minutos y 3 segundos. Para una mayor facilidad en los cálculos, entonces se determinaron meses de 30 ó 29 días, y 12 meses al año.
3º. El solilunar, el más complejo de todos. Según Mark_Swean (www.celtiberia.net/articulo.asp?id=2305), requiere la combinación de ambos caracteres: el lunar para establecer unos cambios “rápidos” y el solar para otro tipo de cambios mas lentos y precisos, si bien plantea un dilema: ¿Porqué mantener un calendario “lunar” dentro del solar, si con el solar nos basta para determinar fechas mas o menos precisas? El autor apuesta, con gran acierto, por un motivo religioso. Es lógico que los calendarios lunares precedan a los solares, siendo estos últimos indicadores de un régimen sedentario y mucho más solidificado, lo cual desemboca por un proceso cíclico en la construcción en piedra de grandes centros, así como un conocimiento regular y cada vez más fijado y preciso de las grandes leyes cósmicas, a las que los pueblos nómades perciben de manera intuitiva y directa. Sin embargo, es preciso advertir que estos dos sistemas regidos por diferentes calendarios coexisten y se interrelacionan en el seno de las sociedades que los utilizan, conformando un calendario solilunar, como de hecho sucede y ha sucedido a lo largo de la historia.
Calendarios combinados solares/lunares existen en algunas partes del mundo y La Palma es uno de esos lugares. Esto supone el manejo de las matemáticas y la astronomía. Ahora contamos con un interesante conjunto de evidencias que indican una cierta sofisticación cultural. Mediante sus construcciones, los awara han atribuido un sentido de lo sagrado al paisaje y al cielo; así mismo, tallaron las rocas, realizaron cazoletas y canales que se comunican, y decoraron las piedras con arte rupestre asociados a los principales eventos astronómicos a modo de establecimiento de puntos con la Luna y el Sol en los momentos clave de sus ciclos, lo que supone un alto grado de avance.
Nuestro calendario gregoriano occidental es exclusivamente solar. El calendario de nuestros antepasados awara era más complejo, solar y solilunar, consistente en meses exactamente correspondientes a los ciclos y años lunares, que se mantienen más o menos sincronizados con los años estacionales. La estructura del calendario depende de las horas exactas de ciertos acontecimientos astronómicos, concretamente la salida de la primera Lunas llena (el lunasticio de verano) y el solsticio de invierno por detrás del Roque de Los Muchachos.
