Esta entrada es parte de un trabajo más amplio de próxima publicación. Se trata de un artículo publicado en el periódico Canarias7, el martes 22 de abril de 2008.
Los postulados clásicos nos han hecho creer que un pueblo de incultos pastores con cuatro cabras no sobrepasaba su mundo relacionado con la ganadería, poseedores de una tecnología muy pobre y unas creencias sencillas. Pues nada más lejos de la realidad. Desde "Amón-Ra" hasta "Abora", el culto al Sol es uno de los más antiguos y el más extendido que conoce la humanidad. El mismo Sol que adoraron las primeras civilizaciones del Próximo Oriente y Egipto es el que también adoraron las poblaciones norteafricanas, las mediterráneas y las culturas prehispánicas canarias. Con estos esquemas culturales y las prácticas rituales mirando al cielo llegaron a las islas Canarias los pobladores bereberes con diferentes marcas identitarias y con los nombres de la divinidad solar que derivaron en Acorán, Achamán, Orahan o Abora, todos variantes de una misma raíz ancestral.
Ahora conocemos sus santuarios, sus símbolos y, lo más importante, hacia donde se dirigían sus construcciones. El sustrato religioso awara y canario en general se nos empieza a manifestar por medio de una religión relacionada con el ciclo del año; esto es, una representación a nivel cosmológico de las creencias en el ciclo del nacimiento, vida y muerte.
En una de las prospecciones que realizamos en las cumbres de La Palma, concretamente el 31 de diciembre de 1994, después de sortear el tremendo obstáculo del matorral de codeso, nos topamos con el territorio sagrado de Cabeceras de Izcagua. Pensábamos que ya no quedaban lugares como este sin descubrir, por lo que nos sorprendió enormemente. A partir de 2005 iniciamos un seguimiento del yacimiento desde diversos puntos de vistas o campos de investigación, dando como resultado el descubrimiento de un observatorio y marcador astronómico solar que pudimos confirmar durante el seguimiento que realizamos en los dos años siguientes. El pasado jueves 20 de marzo concluimos nuestro trabajo.
Los postulados clásicos nos han hecho creer que un pueblo de incultos pastores con cuatro cabras no sobrepasaba su mundo relacionado con la ganadería, poseedores de una tecnología muy pobre y unas creencias sencillas. Pues nada más lejos de la realidad. Desde "Amón-Ra" hasta "Abora", el culto al Sol es uno de los más antiguos y el más extendido que conoce la humanidad. El mismo Sol que adoraron las primeras civilizaciones del Próximo Oriente y Egipto es el que también adoraron las poblaciones norteafricanas, las mediterráneas y las culturas prehispánicas canarias. Con estos esquemas culturales y las prácticas rituales mirando al cielo llegaron a las islas Canarias los pobladores bereberes con diferentes marcas identitarias y con los nombres de la divinidad solar que derivaron en Acorán, Achamán, Orahan o Abora, todos variantes de una misma raíz ancestral.
Ahora conocemos sus santuarios, sus símbolos y, lo más importante, hacia donde se dirigían sus construcciones. El sustrato religioso awara y canario en general se nos empieza a manifestar por medio de una religión relacionada con el ciclo del año; esto es, una representación a nivel cosmológico de las creencias en el ciclo del nacimiento, vida y muerte.
En una de las prospecciones que realizamos en las cumbres de La Palma, concretamente el 31 de diciembre de 1994, después de sortear el tremendo obstáculo del matorral de codeso, nos topamos con el territorio sagrado de Cabeceras de Izcagua. Pensábamos que ya no quedaban lugares como este sin descubrir, por lo que nos sorprendió enormemente. A partir de 2005 iniciamos un seguimiento del yacimiento desde diversos puntos de vistas o campos de investigación, dando como resultado el descubrimiento de un observatorio y marcador astronómico solar que pudimos confirmar durante el seguimiento que realizamos en los dos años siguientes. El pasado jueves 20 de marzo concluimos nuestro trabajo.

El complejo de Cabeceras de Izcagua, en las cumbres del término municipal de Garafía, se encuentra en el margen derecho del Barranco de Izcagua, a 2.140 m s n m, recorrido por varias coladas volcánicas y dominado por el codesar. Se construyeron 5 amontonamientos de piedras y se tallaron más de 80 grabados rupestres sobre soporte fijo y sobre lajas sueltas, en los que predominan los motivos meandriformes. Es el espacio de cumbre de mayor concentración de petroglifos junto con el entorno de Las Lajitas. También existe una cabaña histórica, hemos encontrado cinco fragmentos cerámicos, tres de ellos decorados correspondientes a las fases II, IIId, IVa, y dos sin decorar. Asimismo, en la parte superior del complejo aparecieron cinco gabros pequeños procedentes del interior de La Caldera de Taburiente, destacados por sus llamativos colores naranjas, marrones y blancos, sin que sepamos su verdadera utilidad.
Cabeceras de Izcagua es una de esas zonas que se convirtió en territorio sagrado cargado de significaciones simbólicas y sirvió como Modelo Originario para la cosmovisión awara, el lugar donde se pueden abrir las puertas del cielo. Por su complejidad y originalidad, por su rareza o escasez, debemos considerarlo como uno de los acaecimientos más importantes del mundo prehispánico.
Se trata de un verdadero “reloj cósmico”, práctico calendario solar, que está construido de forma planificada. Los majanos tienen un rasgo común de situación: siguen la posición del orto solar sobre el relieve montañoso. El momento mágico lo marca el amanecer, cuando el Sol asoma por la montaña, observado desde unos sitios previamente escogidos. Estos lugares se fijaron por medio de estructuras arquitectónicas a modo piramidal. Son tan sólo unos segundos de extrema belleza cromática que envuelve el ambiente. Fueron utilizados por los awara como un marcador astronómico y un lugar de culto al Sol.
El marcador solar parte de un grabado rupestre (“la piedra del verano”) que registra la aparición del Sol del verano, de tal manera que es preciso ubicar un amontonamiento de piedras (nº 2) como eje que se ajuste a las tres trayectorias. El petroglifo presenta una sola cara inclinada hacia el NE (70º L.N.). Mide unos 44 cm de largo por 34 cm de ancho. El motivo tallado abarca prácticamente toda la superficie, combina un círculo con una espiral en la parte inferior, meandros en la zona central y un remate superior circuliforme. Es todo un símbolo de representación cosmomórfica.
El solsticio de invierno viene marcado por un alineamiento de 3 amontonamientos de piedras (nº 1, nº 2 y nº 4) que coinciden con la salida del Astro Rey sobre una vaguada en la topografía cercana a La Crespa (Garafía).
Los equinoccios se establecen mediante el alineamiento de los amontonamientos de piedras nº 2 y nº 3 con la montaña por donde salen los soles de primavera y otoño. ¿Saben cuál es esa montaña de referencia? Nada más y nada menos que el Roque de Los Muchachos. Así mismo, el amontonamiento nº 4 fue construido como axis -eje- tanto para marcar la dirección del solsticio de invierno como para establecer con total y absoluta precisión el punto exacto desde donde se aprecia la salida del Sol en los equinoccios por el punto central que culmina el Roque de Los Muchachos.

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