donde se abren las puertas del cielo.

Las primeras iglesias que se construyeron en La Palma no datan del siglo XVI sino mucho antes de la propia existencia de Cristo. Las cumbres que contornean la Caldera de Taburiente son testigos mudos de la presencia de los primeros humanos que construyeron, al aire libre, unos amontonamientos de piedras de forma circular con un perímetro, en el mayor de los casos, de lajas hincadas en el suelo y rellenos de rocas y/o lajas de distintos tamaños. Se trata de sencillos recintos sagrados que suponen la primera manifestación arquitectónica religiosa de la isla de La Palma.
Los amontonamientos de piedras se dispersan aislados o agrupados configurando un sistema que rinde culto al Sol en el momento de la llegada del Nuevo Año (solsticio de invierno), justo en el mismo instante en que asoma, al amanecer, por los picos más elevados de las montañas de las cumbres de Garafía, Puntagorda, Tijarafe y Tenerife. Esta tradición ancestral de orientar los templos hacia los solsticios continuó hasta nuestros días. Las iglesias cristianas, no sólo las de la isla de La Palma, orientan su cabecera hacia el Sol naciente del verano y los pies hacia el Sol poniente del invierno.


Los axis mundi del pensamiento awara
(prehistoria de la isla de La Palma, Islas Canarias)

PROYECTO: "Iruene-La Palma"
LÍNEA DE INVESTIGACIÓN: Prehistoria de Posición Astronómica (PREPOAS)

amontonamientos de piedras

los awara buscaron la altura estableciendo un principio ideológico asociado a la topografía

los awara buscaron la altura estableciendo un principio ideológico asociado a la topografía
Amanece desde el amontonamiento de piedras de Cabeceras de Izcagua II, durante el solsticio de invierno, por Roque Chico (Puntagorda). Este es uno de los mejores ejemplos de comunicación con la montaña y el cosmos en una geografía sagrada
"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).


Había una época que cuantos más yacimientos prehistóricos encontraba, menos entendía la cultura awara. Ahora que hemos abierto la puerta, cuantos más encontramos, más entendemos. Así de sencillo.

2/7/08

amontonamientos de piedras: los pilares cósmicos del espacio y del tiempo

Visitar con asiduidad las montañas nos llena de felicidad, andar entre enmarañados codesares, recorrer palmo a palmo cada rincón de las cumbres sin rastro de ningún sendero, como una aventura que sucede y recrea una atmósfera de intriga sobre un espacio sobrecogedor. Sólo entonces nos dimos cuenta que la respuesta a lo que buscábamos estaba a nuestro alrededor, en las piedras, en el paisaje (las montañas) y en el azul profundo del cielo, en el lugar donde la tierra convive con el cielo. Una realidad natural silenciosa que nos muestra algo diferente a la que no estamos acostumbrados en nuestro ajetreado y ruidoso mundo. Es como si experimentáramos el tiempo pasado en el presente.
La cima de la montaña es el lugar preciso para quedarse largas horas sentado sobre una roca y observar la inmensidad de la naturaleza. Es el lugar apropiado para encontrarse con lo básico de la vida, lo ves todo desde arriba y te das cuenta que lo demás es pequeño. Por eso, nos envuelve con su extraordinario paisaje que deslumbra los sentidos al contener un halo espiritual y sagrado que irradia.
Igualmente, contemplar conjuntos de piedras apiladas hasta formar pequeños montículos de pedruscos pequeños y grandes, rocas y lajas, acompañados de símbolos tallados en las rocas, representa una realidad que transmuta en sobrenatural. Perfecto lugar para observar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, tanto en la tierra como en el cielo. Lugares sagrados que se identifican para enseñarnos una parte importante de un pensamiento antiguo que aun perdura entre sus restos. Se conocen más de sesenta y se engranan en el terreno en perfecta armonía con el simbolismo de la cosmovisión awara; esto es, replicar la montaña cósmica. ¿Pueden estas piedras revelar sus secretos? No cabe duda que existió siempre una estrecha asociación entre los rituales humanos, las formas de las montañas y los edificios. Una sincronía de acontecimientos simultáneos interrelacionados intencionadamente. Cada sitio presenta una configuración particular que se basa en la relación entre las formas que son producto de la naturaleza y las que son productos de la mano del hombre y, por consiguiente, aún siendo tan modestos, los amontonamientos de piedras son activos y destacados centros ceremoniales.
Insistiremos en nuestro objetivo de relacionar las formas arquitectónicas con las formaciones sociales y el manejo del espacio desde aquellos mecanismos simbólicos que permiten convertir una estructura en monumento en el paisaje y perpetuar con ello un discurso de poder encaminado a la definición de territorios. Se observa la realidad conforme a unas referencias fijas. La arquitectura cobra entonces una tridimensionalidad tanto utilitaria como simbólica y se convierte en recurso a la vez espacial y temporal.
Todo está en su sitio para dar forma a un sistema bien planeado que se perpetúa como las verdaderas puertas de los cielos a través de la montaña como referencia topográfica en la Tierra y el Sol como referencia cósmica en el cielo. Forman un encadenamiento de concepciones imágenes cosmológicas (axis mundi) bien articuladas que vinculan la tierra con el cielo.
Esto nos demuestra muchas cosas, entre otras, que la existencia humana sólo es posible gracias a esa comunicación permanente con la altura porque se sitúan en los lugares más elevados y próximos al cielo. A pesar de que la arqueología se ha desatendido de estas construcciones, ahora si que estamos en disposición de comprender e interpretar su existencia hasta enraizarnos en esta tierra, en los corazones y en las miradas intencionadas de aquellos hombres que buscaron en el cielo la respuesta de su existencia. Los símbolos grabados en las piedras se unen a la sacralidad del espacio

La comprensión de cómo se comporta el cielo es, para una cultura primigenia, una forma de culto. Una expresión de este culto consistió en poner toda obra humana en concordia con los principios de orden natural espacial y temporal derivados del movimiento de los astros. Para el observador de la naturaleza resulta obvio que la única manera de establecer direcciones definitivas en el paisaje es a través del cielo. Siempre se mantiene una perpetua necesidad primaria que es la de viajar en el espacio para acercarse al cosmos, donde moran sus dioses, y en el tiempo a través de sus antepasados.
Pues bien, no hay mayor naturalidad en la esencia de la religiosidad que adorar el Sol cuyo regalo más precioso para el ser humano es la calidez necesaria para la vida y el reciclaje constante de las estaciones (del tiempo). La vida siempre se renueva. Existen unos momentos claves del año (solsticios y/o equinoccios) que deben ser celebrados. Por encima de todo, se trataba de momentos relevantes y revelantes. El ser humano repite de muchas formas el momento de la creación del mundo a partir de puntos o santuarios establecidos. Celebra la llegada del Año Nuevo como una reactualización de la cosmogonía, implica la reanudación del tiempo en sus comienzos.Si nos situamos en cualquiera de esos amontonamientos de piedras que se distribuyen por la geografía sagrada de las cumbres de la Caldera de Taburiente (espacio) en el mágico instante en que asoma el primer rayo de Sol durante el solsticio de invierno (tiempo), solo entonces comprobaremos la sorprendente relación que se establece entre el amontonamiento de piedras, el pico más elevado del entorno y el Sol. La alineación la marca la propia montaña o el grupo de amontonamientos que van al encuentro del Sol para anunciar la llegada del Nuevo Año. El amontonamiento del Llano de Las Ánimas vigila la llegada del Nuevo Año en el momento del orto solar por la cúspide de la montaña de La Ensillada.

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